Arrieros del siglo XXI. Último día

 

Arrieros del siglo XXI. Último día

8ª Etapa: Ciudad Rodrigo - Asturias.

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La ruta por la cañada leonesa se ha terminado.

Ayer cumplimos la última etapa hasta Llerena

y dormimos en un acogedor hotel

de una gran ciudad monumental: Ciudad Rodrigo.

Nuestras motos, que no saben que ya estamos de vuelta,

esperan, como todas la mañanas, sentir el peso de las mochilas,

para salir a recorrer caminos infinitos.

motos

Tengo una sensación extraña. Todo ha salido bien en nuestro viaje.

Y por eso tan sencillo, estoy alegre.

Además, nuestros amigos Euge y JLA,

que siempre viajaron con nosotros,

vinieron desde Asturias

para recorrer con nosotros el viaje de vuelta.

Pero, por otro lado, me siento triste, muy triste,

ya que el viaje, en el que tanto he disfrutado, toca a su fin.

Tengo la sensación de que el final del viaje por la cañada

me conducirá de nuevo a la rutina,

a los horarios establecidos de antemano,

a los días que se parecen demasiado unos a otros, …

No puedo evitar acordarme de los versos de Kavafis:

Si vas a emprender el viaje hacia Itaca,

pide que tu camino sea largo,

rico en experiencias, en conocimiento.

Que numerosas sean las mañanas de verano

en que con placer, felizmente

arribes a bahías nunca vistas;

detente en los emporios de Fenicia

y adquiere hermosas mercancías,

madreperla y coral, y ámbar y ébano,

perfumes deliciosos y diversos,

cuanto puedas invierte

en voluptuosos y delicados perfumes;

visita muchas ciudades de Egipto

y con avidez aprende de sus sabios.

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Quisiera que el viaje de vuelta al hogar

tuviera la misma magia

que la ruta que hemos realizado

atravesando la cañada,

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recorriendo mil caminos,

llegando a mil lugares …

Pero el viaje se acaba.

Y los viajeros, incapaces de sortear nuestro destino,

estamos impelidos a tomar la ruta de retorno:

las sirenas del brumoso norte nos reclaman.

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Tras más de mil kilómetros

por toda clase de pistas y caminos,

aún nos quedan unos centenares de kilómetros

que deberemos hacer por carretera.

Por la nueva autopista, salimos con destino a Oviedo.

Me despido de Ciudad Rodrigo, que se merece otra visita.

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Y en una moderna área de servicio,

la misma área de servicio de cualquier autopista,

en la que todo está en perfecto orden,

esto es la barra de los desayunos, esto el comedor, esto la tienda, …

me doy la fría zambullida en el primer capítulo de la vuelta a la rutina.

Quinientos kilómetros, iguales uno a uno, nos esperan.

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Con los depósitos llenos,

las motos se encaminan hacia Oviedo sin remedio.

Ahora sí, el viaje toca a su fin.

A pesar de todo, disimulamos.

La conversación es animada,

las risas y las bromas son constantes.

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Fran, con los ojos todavía iluminados por la ilusión del viaje, me confiesa:

- Si fuera rico, haría esto el resto de mi vida.

Yo le escucho,

como escucho a Fraile, a Xosenel, a Euge, a JLA,

pero al mirarlos mis ojos los atraviesan,

no puedo dejar de pensar en la cañada.

Ten siempre a Itaca en la memoria.

en mis oídos resuenan las palabras de Fran:

“Haría esto el resto de mi vida”.

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Y recuerdo a Kavafis:

“no apresures el viaje,

mejor que se extienda largos años”.

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No quiero terminar el viaje.

No tengo ninguna prisa por volver

y me gustaría emplear los días que me quedan

disfrutando del regreso

por carreteras secundarias y caminos polvorientos.

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Con mi cabeza a mil por hora,

por lo que pueda suponer una precipitada despedida

de los que han sido mis inseparables compañeros de fatigas,

decido continuar el viaje en solitario durante algunos días más.

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Mis compañeros me ofrecen el material necesario

para evitar cualquier percance cuando uno viaja en solitario.

Rechazo su amable ayuda:

si tengo una avería, habré de resolverla con mis medios.

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Comienzan las dolorosas despedidas.

Tras los apretones de manos y los abrazos,

con los motores en marcha,

Xosenel me mira fijamente:

- Oye.

¿En qué consiste exactamente

esa ruta de vuelta que quieres hacer

fuera de las carreteras principales?.

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Le explico que no tengo prisa en volver a Asturias.

Que iré un poco al tun-tún por carreteras comarcales

cercanas a la raya de Portugal

hasta llegar hasta la altura de Zamora.

Y que allí quiero enlazar con la ruta mozárabe del Camino de Santiago,

la Ruta de la Plata,

que más o menos paralela a la N-630

sube hacia el norte en dirección a Asturias.

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Me apetece recorrer de nuevo esa ruta que hice en bicicleta hace unos años.

También le explico que no llevo mapa,

Que no tengo una idea fija sobre el camino que he de seguir

y que solo recuerdo que las famosas flechas amarillas que,

apuntando hacia el norte, indican el Camino de Santiago

no eran muy numerosas…

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Xosenel me explica que le gustaría hacer la ruta,

pero me dice …

- He quedado con mi familia esta noche en Noreña.

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Y me lanza un envite:

- Si me prometes que llegamos a Oviedo hoy,

hago la ruta contigo.

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Le respondo sin dudar:

- De acuerdo.
Con la condición de no apresurar el regreso,
sea cual sea la hora de llegada.

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La suerte está echada.

Aquel templado día de primavera,

de una gasolinera cercana a Ciudad Rodrigo,

salieron hacia el norte

dos grupos de moteros que,

antes del anochecer,

habían llegado a su destino.

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Atraídos por el norte, recorrimos carreteras y caminos.

Atravesamos la, casi como siempre, inclemente cordillera.

Y aquel día,

antes del anochecer,

sobre dos ruedas,

unos cuantos viajeros,

que continúan siendo amigos,

llegaron a su hogar,

con las alforjas cargadas de recuerdos.

“Ten siempre a Itaca en la memoria.

Llegar allí es tu meta.

Mas no apresures el viaje.

Mejor que se extienda largos años;

y en tu vejez arribes a la isla

con cuanto hayas ganado en el camino,

sin esperar que Itaca te enriquezca.

Itaca te regaló un hermoso viaje.

Sin ella el camino no hubieras emprendido.

Mas ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres, no te engañará Itaca.

Rico en saber y en vida, como has vuelto,

comprendes ya qué significan las Itacas”

                                                  Konstantino Kavafis  (1911)

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En los atardeceres de los otoños venideros

cuando la monótona lluvia del brumoso norte

golpee los cristales de mi ventana,

no dejaré de recordar que la vieja cañada leonesa,

nos regaló, amigos,

un hermoso viaje.

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Y aunque cercada, pobre y abandonada

la encontramos, nunca nos defraudó.

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Ricos nos hizo en saber y en vida,

tal como las Itacas convierten a los hombres.

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                                                Rodrigo Muñoz.

En Oviedo, en la primavera del dos mil nueve.

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