La ruta del dragón

 

La Ruta del Dragón

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Los relatos que nos cuentan los viajeros en los foros

han sido la semilla de muchos de los viajes que he realizado.

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A veces me bastaba la impresión causada por la descripción de un insólito lugar

o la fotografía de un paraje singular para arrancar la moto y salir de viaje.

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Así ha sido en esta ocasión, en que magníficas crónicas de viajes

se quedaron grabadas en mi memoria.

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La sugerente crónica de Eusebio

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y Juan Carlos “Ceibe”

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sobre   la mina abandonada de wolframio   en el Bierzo,

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y las más recientes de Carlos, el poeta del trail en solitario,

sobre “la presa rota” de Sanabria

y la “ruta del marroquí” en Orense,

configuran un relato delicioso

que invita a recorrer aquellos maravillosos lugares.

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Aquellas crónicas,

capaces de atrapar a los más desconfiados argonautas,

se convertieron para nosotros en ineludibles cantos de sirena.

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Esta vez, mis amigos y yo, no nos tapamos los oídos como hizo Odiseo,

y por fin nos dijimos:

-     ¡¡¡ Vamos en pos de la aventura!!!

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Si quieres saber lo que sentimos, debes leer aquellas crónicas

antes de continuar con nuestro viaje,

porque solo así comprenderás por qué no nos encadenamos a los mástiles

y nos dejamos llevar por los encantos que Sebito, Ceibe y Ecrins

nos narraron en sus crónicas.

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Pero, si tras leer sus relatos

coincidimos en que esa preciosa y desconocida tierra

situada entre Zamora, Orense, León

se merece una visita…

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¿Por qué seguíamos todavía amarrados a los mástiles sin acercarnos por allí?

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Os voy a confesar un secreto,

aunque sé que no me vais a creer.

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Una de tantas veces en que me dejaba la vista

revisando los mapas, tratando de unir en una ruta

la “mina de wolframio” con “la presa rota” y con la “ruta del marroquí”

descubrí algo que me asombró:

en aquellas lejanas tierras acecha un misterioso dragón.

Sí, sí, habéis oído bien, un terrible y terrorífico dragón.

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Yo había había oído antes esas antiguas historias

que hablaban de dragones que aterrorizaba lejanas tierras.

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Pero esto era distinto.

Sin acabar de creérmelo,

yo estaba viendo delante de mí

un verdadero dragón.

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Las mentes empíricas y cartesianas

que necesitan meter el dedo en la llaga,

rechazarán mi confesión:

-      ¡Bah!, ¡Esto tiene pinta de ser otro cuento de Rodrigo!

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Pero os aseguro que esto no es ningún cuento.

En aquellas tierras, sin ninguna duda, acecha un terrible dragón

y esa fue la verdadera razón por la que algunos chalados

rompimos nuestras ataduras

para ir a recorrer como modernos argonautas

“LA RUTA DEL DRAGÓN”.

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Antes de continuar, he de deciros dos cosas.

La primera es que estamos rodeados de dragones con muy variadas formas.

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Los podemos ver muy cerca de nosotros

en las iglesias de nuestros pueblos

bajo la espada de San Miguel,

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vencidos por San Gabriel,

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bajo la bota de Santa Marta,

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o mansos ante Santa Margarita

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En Cataluña están hasta en los parques,

como este del Parque de la Ciudadela de Barcelona.

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Allí, cada 23 de abril conmemoran

la muerte por San Jorge

del dragón que amenazaba a la princesa.

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Los hombres regalan rosas a las mujeres

en conmemoración de la sangre

que brotó del cuerpo sin vida del monstruo.

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Las mujeres, a cambio, regalan un libro a los hombres,

 recordando el fallecimiento en esa fecha

de los dos grandes de la literatura europea, Cervantes y Shakespeare.

 

Por ello, la segunda advertencia que os quiero hacer es que,

aunque la Ruta del Dragón comience en vuestra imaginación,

se inicia en Puebla de Sanabria,

discurre por un maravilloso itinerario que recorre

las tierras fronterizas entre Zamora, Orense y León,

y finaliza en Villafranca del Bierzo.

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Esta ruta es un verdadero paraíso del trail

con cerca de trescientos kilómetros de pistas interminables

en parajes solitarios cargados de historia.

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Por eso, si te empecinas en negar la existencia de dragones,

nunca podrás recorrer la “Ruta del dragón”.

Así que … ¡¡¡Tú decides!!!

 

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Nosotros, que sí creemos en sirenas y dragones,

nos juntamos en la primavera de 2015 en Puebla de Sanabria

para recorrer esa desconocida ruta que une por caminos carreteros

“la presa rota” , la “ruta de marroquí” y la mina de wolframio abandonada.

 

Los caballeros convocados para este desafío

velamos armas en Puebla de Sanabria.

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Cada cual llegó al destino como pudo desde las más lejanas tierras.

En pos de la aventura vinieron Carlos y Alberto desde la capital de reino;

también José Luis, que ya llevaba varios días en la zona espoleando su montura.

 

Bajo una inclemente tormenta y con las últimas luces del día,

llegamos Lucio y yo a Puebla de Sanabria

desde las tierras de Asturias y Cantabria.

 

En el viaje, comprobamos que las historias de esforzados caballeros

dispuestos a correr sus aventuras

son frecuentes en todos los rincones del solar hispano.

 

Al pasar por Hospital de Órbigo,

rechazamos el guante que nos lanzaron otros paladines.

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Allí conmemoran ese primer fin de semana de junio

las hazañas del “passo honroso de Suero de Quiñones”,

caballero leonés que en 1434 desafió a cuantos caballeros europeos

se atrevieran a cruzar el puente

mientras él con otros nueve caballeros lo defendían.

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Rompieron casi trescientas lanzas en el torneo

para deshacer una promesa de amor.

 

 

Lucio y yo reconocimos que fue un esforzado reto el de aquellos caballeros,

pero pensamos que más mérito tendría

encontrar a un dragón y darle muerte,

por lo que no nos entretuvimos

en inciertos torneos de desocupados caballeros medievales.

 

La mañana se despereza en Sanabria

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y con el sol, otro caballero se une a nuestro reto.

Es Juan Carlos “Ceibe”, que viene desde Ponferrada,

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la “Pont ferratum” de los caballeros de la Orden del Temple, 

dispuesto a romper tantas lanzas como cualquiera

en la Ruta del Dragón.

 

Nuestra andadura comenzó camino del Padornelo,

que fuimos dejando a nuestra espalda.

 

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Allí enfilamos hacia las crestas de la sierra

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por pistas anchas,

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donde la pálida cuarcita se rompe

desgranándose en finas arenas blancas y lajas puntiagudas.

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Nos encontramos el primer refugio de pastores.

 

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Estamos recorriendo Sanabria en busca de una red de lagunas artificiales

 que se hicieron famosas por la tragedia “de la presa rota”.

 

Nos adentramos en un páramo de suaves lomas rocosas

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en que los grises de las rocas emergen entre las flores de los brezos.

 

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La tormenta de la víspera, el sol de la mañana y la alegría de los viajeros

nos ofrecen la mejor paleta de colores que puede deparar este paraje.

 

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Estos elevados páramos

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alternan lugares en que la naturaleza muestra su cara más primigenia,

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con otros en que lo artificial rompe el encanto por el bien del kilowatio.

 

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Por aquellas lomas solitarias

discurre una pista poco transitada

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que da servicio a los empleados de las presas,

a los cazadores y pescadores,

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y a los paladines que, aferrados a sus monturas,

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cabalgan en busca de dragones.

 

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Va pasando la mañana sin rastro de los monstruos.

Pero tras ver este cartel me quedo más tranquilo.

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Si por aquí estuvo Cervantes,

el que imaginó al maravilloso loco de los libros de caballerías,

sería por algo.

 

Cuando me doy la vuelta

me veo rodeado por una hueste incontable de gigantes.

¡¡¡Esto no son imaginaciones!!!

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Como ya sé que a don Alonso de Quijano le molieron las costillas,

emprendemos una silenciosa retirada.

- ¡¡¡Caballeros, a las monturas!!!

¡¡¡Lo que buscamos son dragones, no gigantes!!!

 

Cabalgamos con el ímpetu

que corresponde a nuestra probada valentía.

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Pero no todos mostramos las mismas cualidades a caballo.

No sé cómo me veo en el suelo,

sin haber visto siquiera la cola de un lagarto,

y mucho menos el resoplido de un dragón.

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- Desconfía, Rodrigo- me digo.

Estos mostruos son mucho más silenciosos y taimados de lo que creemos.

Andaremos con cuidado.

 

En estos páramos de altura

surgen manantiales por doquier

que van uniéndose en idílicos arroyos

 

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que discurren como dios les da a entender

hasta que se encuentran con las barreras que la civilización pone en su camino.

 

Entonces se convierten en lagunas artificiales de tranquilas aguas

que se conforman con lamer el verde de los pastos

y salir bien en las fotos.

 

Desde los balcones naturales de estas tierras altas

se entrevera el Lago de Sanabria,

que alimenta al río Tera

y reina en estos parajes como el hermano mayor de todas las lagunas.

 

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Los refugios ganaderos

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se alternan con los que utilizan los cazadores y pescadores

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que aman la buena vida.

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Me imagino su sabio conformar

tras una jornada infructuosa tras las pintonas o los corzos:

 - ¡¡Qué bueno está en el campo el jamón de parta negra!!

 - ¡¡Jooder!!  Así cualquiera va de pesca.

 

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Cuando empezamos a desconfiar de las historias de dragones

y pensamos en atacar el solitario jamón que parece abandonado,

vemos el primer zarpazo

que los monstruos han dejado en estas tierras:

la presa rota.

 

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Es la presa del embalse de Vega de Tera

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que en una fría noche del invierno de 1959,

fue arrollada por las aguas

que arrastraron todo a su paso,

inundando inmisericordes el pueblo de Ribadelago,

que dejó de existir,

ahogando a 144 de sus habitantes.

 

 

Las aguas tranquilas de los inocentes arroyos

se conviertieron una gelida noche de invierno

en dragones que se comieron a los hombres, a las mujeres y a los niños.

 

Por allí cuentan que los dragones fueron hombres

que construyeron la presa de forma apresurada sin las garantías necesarias.

¡Hombres que se comieron a los hombres!

¡¡¡Dragones!!!

 

Con un punto de tristeza

abandonamos estos idílicos parajes

en los que ronda el imborrable recuerdo de la dramática tragedia.

 

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Vamos hacia Porto,

pueblecito situado en la cabecera

del embalse de Encoro de San Sebastián.

-       ¡Ignorante!

-       ¿?

-       “Encoro” en gallego significa embalse. No digas embalse dos veces.

 

Vale. Soy un ignorante.

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-       ¿Y cuando decimos, por ejemplo, río Guadalquivir?

-       Pasa lo mismo.

-       ¿?

-       “Guad” es una partícula que procede del árabe Wadi (Oued)

y Kebir en árabe significa “grande”.

Por eso cuando decimos río Guadalquivir decimos “río río grande”.

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-       ¿Y qué pasa con el puente de Alcántara?

-       Pues algo parecido, ya que Al-quantar significa puente en árabe.

Decir el puente de Alcántara es como decir “el puente del puente”.

-        Vale. ¡Cuánto nos repetimos por no saber idiomas!

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Porto está en la cabecera del Encoro de San Sebastián.

-       Ignorante

-       ¿?

-       La cabecera del embalse de San Sebastián está en Zamora.

-       ¿Y la cola?

-       En Orense. Por eso la cola pertenece al Encoro de San Sebastián.

-       Pero, San Sebastián ¿no estaba en Guipúzcoa?

-       ¡¡¡¡Socorrooo!!!

 

 

De camino al pueblo de Porto

encontramos la senda ocupada

por una reata de ganado que baja de los pastos.

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La parada es obligada, aquí gozan de preferencia de paso.

 

Aprovechamos el tiempo de buena manera.

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Por unos instantes se nos apareció el ángel de la guarda

que tomó la forma humana de Juan Carlos,

y de forma milagrosa, hizo manar agua fresca de manantial,

refrescantes brebajes de cebada y lúpulo

y bebidas con sabor a maravillosas y fragantes frutas.

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Si no hubiera sido un milagro,

yo diría que fue magia,

porque igual que las maravillosas aguas y brebajes aparecieron, desaparecieron.

¡Gracias Juan Carlos!

 

Allí nos enteramos, hablando al aire,

que otros caballeros protegían nuestro flanco

en las tierras del noroeste.

Eran Sebito y Carlos, que recorrían el Caurel acercándose a nuestra ruta.

 

Cuando nos acercamos a las orillas del embalse,

cuyo muro de contención ya está en …  Orense,

vimos una enorme serpiente,

más grande de lo que nunca hubiéramos podido imaginar.

 

Era tan larga

que la cabeza, un poco encabritada y silbante,

la tenía en Zamora

y su cola llegaba hasta la provincia de Orense.

 

Su cabeza era tan grande como la propia cabecera del embalse

y la cola tan gruesa como el mismo Encoro de San Sebastián.

¡No digo más!.

Si no me creéis y necesitáis tocar como Santo Tomás,

vedla con vuestros propios ojos.

 

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Como lo que buscábamos eran dragones,

y no queríamos perder el tiempo

ni con gigantes, ni con serpientes,

continuamos por A Gudiña en busca de la “Ruta del Marroquí”.

 

Las crestas por las que circulamos

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nos muestran por primera vez

los tramos del ferrocarril entre Sanabria y Orense,

que asoman de cuando en cuando de las entrañas de las montañas.

 

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Y también nos muestran

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la belleza singular del Encoro das Portas.

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Allí nos reagrupramos infundiéndonos valor unos a otros,

prometiendo de forma solemne

que cuando encontremos al dragón no retrocederemos

haciendo honor a nuestra fama.

 

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En este tramo compartimos nuestros pasos

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con los de los peregrinos

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que se dirigen a Santiago por el Camino Sanabrés.

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Ellos también divisan cuando pasan por estos altos

el maravilloso enclave de Encoro das Portas.

 

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Los peregrinos y nosotros

recibimos por aquí un doloroso zarpazo del dragón del progreso.

El camino que es así,

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con solo girar la cabeza, se convierte en algo así.

 

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Los desvíos del camino por las obras del AVE

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se improvisan sin respetar los antiguos trazados.

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Por ello nos encontramos un tramo francamente “interesante”

por sus desniveles, escalones y profundas roderas

resultado de las avenidas de las lluvias.

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Para no desmerecer en valor,

todos nos lanzamos al precipicio,

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y aunque la fortuna no nos favoreció por igual,

todos pasamos.

 

Nos encontramos las primeras indicaciones

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que nos dicen que estamos acercándonos a la Ruta del Marroquí.

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Ante los estímulos de los carteles,

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los paladines muestran sus distintos caracteres.

Unos se emocionan por el próximo hito de la ruta

y se lanzan raudos a encontrarlo.

Casi es imposible hacerles una foto.

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Otros hacemos poses procurando mostrar nuestro lado menos feo.

 

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La Pista del Marroquí,

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sugerente denominación de reminiscencias africanas,

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debe su nombre al constructor madrileño Augusto Marroquín

que subcontrató estas obras de la línea del ferrocarril de Zamora a La Coruña.

 

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Su trazado, que pasa cerca de los pueblos de Prado, Correchouso y Toro,

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bordea las abruptas laderas del río Cabras,

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que forma allí el Canón de Armada.

 

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En la construcción de la vía del ferrocarril desde Zamora a Coruña,

que abarcó desde 1.929 hasta 1957,

trabajaron millares de personas.

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Fue un trabajo duro y costoso en dinero y vidas humanas,

por los accidentes y por la silicosis que sufrieron muchos trabajadores.

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Como nos cuentan los testimonios de los protagonistas

en el interesante documental que Rafael Cid

realizó sobre este tema:

Carrilanos, los túneles de un tiempo“,

los obreros, que trabajaban en condiciones de semiesclavitud,

morían por “el mal de la vía”,

sin que las viudas recibieran ningún tipo de indemnización.

¡¡¡Dragones!!!

 

 

 

Hoy día, la Pista del Marroquí es una sobrecogedora ruta,

tanto por su paisaje como por la memoria de los sacrificados trabajadores

que donaron su tributo de sudor y sangre

en la época en que esta tierra la poblaron terribles …  dragones.

 

La Ruta del Marroquí se asoma al río por un precipicio

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cuyos desprendimientos han acabado por cortarla.

 

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No parece gran impedimento para nosotros.

Le dedicamos el intento frustrado a Xosenel,

que nos sugirió la idea,

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pero buscamos la ruta alternativa que cruza el río,

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bien estudiada por Lucio,

caballero puntero que señaló toda nuestra ruta

y guió nuestros pasos.

Gracias Lucio.

 

Salimos de Correchouso

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por una sierra solitaria en dirección a Rebordechao,

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donde enfurecidos dragones

han asolado el territorio con sus incendiarias llamaradas.

 

 

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Por estos territorios, dominios de Carlos (Ecrins),

cresteamos sin descanso.

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Nos esperan más de 40 km de solitarias sierras

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sin atravesar ninguna aldea hasta llegar a Cabeza de Manzaneda,

uno de los techos de Galicia.

 

En la Silla de la Reina, magnífico mirador sobre esta sierra,

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los esforzados paladines se presentan:

Alberto, que por primera vez se incorpora a nuestras rutas,

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Juan Carlos Ceibe, nuestro ángel de la guarda,

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Carlos, el trailero más entusiasta que conozco,

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Jose Luis, infatigable trailero a lomos de grandes, pequeñas y medianas,

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Lucio, el argonauta amante de los cantos de sirena,

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y Rodrigo, uno de los mayores cuentistas que conozco. 

 

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Desde allí seguimos por pistas rapidísimas

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volando sobre las cumbres de la sierra de Queixa

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lejos de cualquier lugar civilizado.

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La pista que transitamos,

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las cercas ganaderas

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y la presa de Encoro da Cenza, 

que divisamos a los lejos

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son los únicos rastros de presencia humana que vemos por aquí.

 

 

 

La llegada a última hora de la tarde

a la estación de esquí de Cabeza de Manzaneda

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nos obliga a tomar algunas decisiones.

Está claro que hoy no llegaremos a la mina de wolframio.

 

 

Nos despedimos de Juan Carlos

que vuelve por carretera hacia Ponferrada

y seguimos nuestra ruta pasando por Manzaneda

camino de Montefurado,

donde podremos tomar carretera hasta a A Rua,

pueblo grande en el que preveemos que podremos pernoctar.

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Rodamos por las orillas del río Xares,

muy cerca de Quiroga,

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tierra de vino y miel

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donde la presencia de las viñas comienza a ser habitual.

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Luego supimos que Sebito y Carlos

esperaron nuestra llegada por aquí unas horas antes.

Gracias amigos.

 

Con las últimas luces del día

nos encontramos la guarida de un dragón

que atraviesa la montaña.

 

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Según estos malditos carteles, a los que les gusta llevarme la contraria,

es el resultado de los trabajos de romanos.

Esto es Montefurado.

Tras dos mil años de olvido

solo recordamos el oro que sacaron,

ni el sudor, ni la sangre derramada.

¡¡¡Dragones!!!

 

 

 

La mañana del domingo comenzamos nuestra ruta

en la ladera sur de la sierra do Cereixido

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que, según los lugareños, atesora las mejores viñas del godello de Valdeorras.

 

Recorremos con la vista los lugares por los que anduvimos ayer.

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Alberto y Jose Luis en el mirador sobre el Encoro de San Martiño,

a orillas de A Rúa de Valdeorras.

 

Lucio nos señala al fondo la Cabeza de Manzaneda.

 

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Al poco de adentrarnos en la montaña

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comenzamos a encontrar las primeras dificultades para las motos grandes.

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Pistas anchas y poco transitadas que se encogen

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hasta convertirse en impracticables senderos,

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en húmedas hondonadas que nos obligan a dar la vuelta.

 

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Pero cuando el retorno

es casi tan complicado como la ida,

el tiempo va pasando sin apenas avanzar.  

 

A cambio, los esforzados caballeros muestran el verdadero espíritu trail.

 

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Las incansables idas y venidas de Lucio con la ágil DR 650 SE

nos desvelan los caminos, no exentos de peligros,

por los que saldremos del atolladero con las motos más grandes.

¡¡Bravo Lucio!!

 

 

Poco a poco vamos tirando del interminable hilo

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que deshace el ovillo de las innumerables pistas

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que surcan estas bellísimas, salvajes y desabridas sierras.

 

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Por eso, cuando divisamos Vieiros,

el primer pueblo que se ofrece a nuestra vista,

tras los kilómetros y kilómetros de las solitarias pistas de la Sierra dos Cabalos,

nos invade una agradable sensación de seguridad.

 

 

No olvidaremos fácilmente,

las lajas de pizarra de las primeras cuadras del pueblo de Ferramulín,

tras una mañana de esfuerzos buscando pasos francos para nuestras motos.

 

En Ferramulín,

que se cobija bajo la sombra de bosques centenarios,

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nos concedemos un pequeño descanso,

cuando el calor parece ser más agobiante.

 

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Nos adentramos en estas maravillosas aldeas,

donde acaban las carreteras,

desde los caminos de la sierra,

lo que tiene para mí un sabor especial.

El sabor del trail. 

 

 

Aquí podemos ver la pista,

que desde la Colada de Inés

baja al poblado de Ferramulín.

 

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En ese momento,

empezamos a ser conscientes

de que solo nos queda el tramo final de nuestra ruta.

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Estábamos muy cerca de la vieja mina de wolframio de A Piela.

 

Unas cuantas subidas y bajadas

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alternando pistas y carreteras secundarias

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por Vega do Seo, Mosteiros, Corrales

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para bordear el imponente macizo de la Pena do Seo

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nos permiten divisar por primera vez la mina de wolframio.

 

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Tengo, por fin, la agradable sensación

de tener a tiro de piedra la vieja mina y su poblado.

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Este es el último destino en nuestra ruta,

la mina abandonada que nunca pude olvidar

tras la lectura de la crónica de Eusebio y Juan Carlos.

 

La mina de wolframio de A Piela,

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donde en la posguerra española se extrajo el mineral

que se pagaba a precios desorbitados,

por las necesidades bélicas de la contienda mundial,

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me hace pensar

que las profundidades de los túneles

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que horadan los mineros en cualquier parte del mundo

siempre estuvieron pobladas por dragones.

 

 

El mineral que, con esfuerzo, se extrajo

de las entrañas de la Pena do Seo

se exportó para reforzar las bocas de ingenios

que escupían fuego y segaban la vida de la gente.

También sirvió para endurecer las corazas de los Tiger nazis

que en los años cuarenta arrasaron campos y ciudades europeas.

¡¡¡Dragones!!!.

 

Una vez pasado Cadafresnas,

el pueblo más cercano a nuestra mina,

la Ruta del Dragón que comenzó en Puebla de Sanabria está próxima a su fin.

 

Pero cuando cuando ya casi divisamos Villafranca,

el final de nuestra ruta,

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paramos a comer en un pueblo del Bierzo,

de cuyo nombre no puedo acordarme ahora,

que nos ofreció muy amablemente fuente, mesa y sombra.

 

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Allí sospechamos

que no fuimos los primeros

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que recorrimos estas tierras en busca de dragones.

 

 

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Me imagino lo que, a estas alturas, piensan algunas mentes cartesianas:

-       Nos prometió un dragón y nos distrajo con cuentos y metáforas.

 

Pero yo os aseguro que no os he mentido,

porque en la Ruta del Dragón

os acecha un terrorífico, misterioso y terrible dragón,

que podréis ver y tocar si os atrevéis a ir por allí.

 

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Solo hace falta que liberéis vuestra imaginación

y la dejéis alzarse para vagar libremente

en el cielo azul de aquellas tierras.

 

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Entonces descubriréis el misterioso dragón

que os aguarda en nuestra ruta:

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La Ruta del Dragón.

 

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