¡Sueña libre!
Dos días de fiesta en abril
me han abierto una ventana de libertad en mi vida diaria
y me recuerdan que tengo unas cuantas rutas por conocer.
El invierno ha sido pródigo en veladas ante los mapas
con las que he ido trazando
diferentes excursiones por el norte de España.
La primavera está en todo su esplendor. Es el momento de recorrerlas.
Reviso la moto,
que me tiene preocupado
por unos ruidos de la transmisión
que se manifestaron en la última ruta por Castilla.
Limpio la cadena a fondo
y llego a la conclusión de que hay que cambiarla.
No solo están gastados la corona y el piñón,
a éste, además, le falta un diente.
Unas llamadas telefónicas me aclaran
que no dispondré de un kit nuevo
hasta dentro de una semana
y una consulta a mi amigo Xosenel
me resuelve a no suspender el viaje.
Me dice que puedo rodar sin problemas con un diente menos.
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Cargo la moto con el equipaje
y me voy a comprobarlo.
Según las previsiones meteorológicas
dispongo de dos días de buen tiempo.
Y ya he perdido medio día
dándole vueltas a la cadena sin mover la moto.
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Pero tengo tiempo suficiente.
En realidad solo se trata de dar una vuelta por el campo.
Mi plan es trazar una ruta circular que parta de Oviedo,
para rodar por el sur de León
atravesando la cordillera por dos puertos diferentes,
uno a la ida y otro a la vuelta
aprovechando unos tracks que tengo en el GPS.
Subo por el Puerto de la Cubilla,
que está asfaltado únicamente en su parte asturiana.
Esta carretera revirada y muy poco transitada
la aprovechan algunos aficionados a los deportes de inercia.
Espero pacientemente a que acaben su recorrido
y me maravillo con los vehículos que utilizan
únicamente impulsados por la fuerza de la gravedad.
En este deporte, sin motor,
está claro que frenar es de cobardes. Je, je.
Humm. Qué alegría.
Parece que voy en la buena dirección.
El puerto de la Cubilla tiene pocos rastros de nieve
y las pistas están despejadas.
Parece que no hay mucho ganado suelto
y las portillas se encuentran abiertas.
Enfilo hacia Babia.
Llego a San Emiliano, su capital.
Cruzo el río Luna,
paraíso truchero del que disfruté en otros tiempos.
Rodeo el embalse de Barrios de Luna
de sorprendente belleza.
Alejándome del asfalto
me adentro en unos pasos de montaña que quiero explorar.
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Por aquí regresé el pasado verano de la Jabalí trail.
Hoy me adentro buscando unos collados
que me lleven al sur sin dar rodeos.
La exploración comienza en una pista
que ya en Google Earth tenía aspecto de estar poco transitada.
Voy solo y no conviene correr el riesgo de una caída,
así que cuando encuentro las primeras dificultades,
avanzo caminando para ver si la pista está practicable.
El tramo está muy mal.
Voy cargado
y cuando me quiero dar cuenta
estoy metido en un incómodo berenjenal
que me hace sudar de lo lindo.
De trecho en trecho tengo que parar para descansar.
Poco a poco, he caído en la trampa.
El tramo que ya he recorrido es tan malo
que prefiero seguir hacia delante
aún sin saber muy bien qué me puedo encontrar.
El tramo es bellísimo,
por solitario,
por intransitado,
por salvaje.
Un robledal cuajado de musgo y piedra.
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Pero no puedo más.
Si esto dura mucho acabaré durmiendo por aquí.
Afortunadamente, de trecho en trecho, encuentro cabañas de pastor.
Corono la sierra dejando atrás las más altas montañas.
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En el collado, una majada de pastor
con su refugio en perfecto estado me podría dar cobijo.
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Queda luz y sigo adelante.
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Veo las primeras aldeas
que me dan su bienvenida desde lo alto de las espadañas.
Esta imagen se repetirá todo el camino.
Coño. ¡Qué sorpresa!
Ahora resulta que hay un tramo que no he cargado en el GPS.
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Así que estoy sin track que me guíe.
Una de dos, o miro el mapa
o le pido al GPS que me trace una ruta
hasta el comienzo del siguiente.
¡Albricias!.
El Garmin Zumo,
configurado adecuadamente, empleando el mapa City Navigator,
me lleva a través de pistas de un pueblo a otro,
con un vadeo incluído,
de esos que me hacer dudar varias veces si debo remojarme o no.
No me lo esperaba.
¡Vaya con el GARMIN,
parece que va conociendo mis preferencias!
Ahora realmente no sé dónde me encuentro.
Voy siguiendo la línea marcada por el dichoso aparatejo,
y cuando alcanzo una carretera
me da la impresión de que me he ido muy, muy lejos. ¿?
Era una falsa impresión, he llegado a …
.
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En las feraces riberas del río Omaña
encuentro las primeras plantaciones de lúpulo,
planta trepadora de la familia del cannabis
que se emplea para dar su característico sabor amargo a la cerveza.
http://www.fasesnet.com/lupulo/
Los bosques de postes y cables
entreverados de alamedas,
me acompañarán durante un buen trecho.
Álamos, “liras del viento perfumado en primavera”.
Los álamos de León,
no son dorados,
no son de Soria,
no son del Duero.
Son los álamos del Órbigo,
que hace crecer al Duero.
Son de León.
No son dorados,
no son de Soria,
no son del Duero.
http://www.poemasde.net/he-vuelto-a-ver-los-alamos-dorados-antonio-machado/
Me encuentro con las primeras casas de adobe.
Humilde amasijo de barro y paja
con el que se edificaba en toda la España arcillosa.
A orillas del Órbigo me alojo.
Carrizo, que es cabecera de comarca,
fue muy visitado en años pasados
por afamados pescadores de trucha,
como Javier Pereda,
uno de los pioneros en España de la pesca a mosca con sedal pesado.
Al día siguiente,
rodando hacia el sur
me encuentro con los peregrinos que caminan a Santiago.
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Recorrer las pistas del páramo leonés
es muy fácil cuando no ha llovido.
El GPS me ayuda a decidirme
cuando no sé si la pista que transito
tendrá continuidad o morirá en un sembrado.
Rumbo al este
me encuentro con apriscos
para los ganados trashumantes.
Con molinos.
Con iglesias verdes como el musgo
que transforma los colores del ladrillo.
Con palomares en las cercanías de los pueblos.
Con piedras viajeras.
Piedras que hablan.
Arriondas 114 Ks
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Que están tristes porque están lejos de su tierra.
NO QUIERO IR
A “LA VECIYA”
Con llanuras infinitas.
Con anónimos poetas leoneses.
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En este punto pongo rumo al norte.
Sigo la ruta que me ha sugerido Elwood-Blues.
Llevo horas en la moto sin ver un alma,
oyendo únicamente el run run del motor
y algunos chasquidos, poco alarmantes,
que hace el piñón de vez en cuando.
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¡Con un diente menos!