Caminos de trashumancia
Caminos de trashumancia
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En un reciente viaje por las calzadas romanas del norte de la meseta
que realicé con Blanca y mis amigos Belén y Xosenel
nos cruzamos con un hito de evocadores recuerdos.
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En medio de la llanura castellana,
la Cañada leonesa oriental se cruza con el camino de Santiago,
que se superpone a una antigua calzada romana
que estábamos intentando recorrer,
la vía Trajana que comunicaba Roma con el norte de Hispania.
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Aquel hito indicador del camino
que seguían los ganados trashumantes desde tiempos inmemoriales
me hizo recordar que hace algunos años
unos cuantos amigos nos convertimos en arrieros en pleno siglo XXI.
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Estos recuerdos fueron la chispa
que me incitó a buscar de nuevo los viejos caminos de la trashumancia,
que partiendo del sur de la península
llevaban a las merinas
hacia los frescos pastos de verano de la Cordillera Cantábrica.
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Así que desde Asturias me encaminé
hacia las alturas de la Cordillera Cantábrica por San Isidro.
Uno de los puertos más divertidos
para dirigirme hacia esos pastos de la cordillera
enlazando curvas por asfalto.
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Hago la primera parada en la Laguna de Isoba,
en la que un chozo rememora,
en las praderas aledañas, los antiguos refugios de pastores.
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Busco algunos atajos fuera del asfalto en el entorno de Cistierna
para conocer algunos de los ramales, cordeles y veredas
que formaban parte de la Cañada leonesa oriental.
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-Así llego, entre hayas y robles centenarios,
al imponente Santuario de Santa María de Velilla,
cuya presencia siempre impresiona en estos parajes tan aislados.
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Investigo algunas pistas y en dos me doy la vuelta.
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Apenas tienen huellas marcadas de vehículos
y la experiencia me recuerda que con la Tiger
tengo que pensar muy bien dónde me meto.
No quiero estropear una ruta apenas comenzada.
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Observo que por estos pueblos
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hay personas con las prioridades bien marcadas.
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Primero, la cruz.
Aún más alto, el Atletic de Bilbao.
Y por encima de todos los poderes,
divinos y humanos,
la hidroeléctrica de turno.
¡Un buen resumen de nuestra civilización!
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Traigo en la cabeza y en el GPS unos caminos,
que si tienen el paso franco para mi burra,
me llevarán hasta Guardo por un cordal con magníficas vistas.
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Inicio la ascensión desde Valderrueda
por una pista que me exige empuje y decisión.
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No es cuestión de amilanarse,
aunque hay algunos pasos que me exigen ir con cuidado.
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Voy solo y no me gustaría tener que levantar la moto
porque creo simplemente que no podría.
La verdad es que nunca lo he tenido que intentar
y no quiero que hoy sea la primera vez.
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Estas rutas en solitario
en parajes desconocidos
por pistas que nunca he recorrido
resultan muy estimulantes para el cuerpo y para el espíritu.
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Para el cuerpo, porque sudo más de lo normal,
me pongo de pie sobre los estribos,
y meneo músculos que llevan semanas durmiendo
para llevar bajo control las enormes inercias de esta moto.
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Mi espíritu disfruta porque me esfuerzo
en encontrar por mí mismo y sin ayuda
el equilibrio perfecto entre el empuje necesario
para superar los obstáculos que se presenten en la ruta
y el natural instinto de conservación
que me evite tener un contratiempo
que en estos parajes medio desiertos de la cordillera
se podría convertir en un verdadero problema.
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En el camino me apunto, de forma inesperada,
un nuevo tanto de los que me gustan.
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Acabo de descubrir un refugio de pastores perfectamente conservado
en el paraje de Villarboso, casi encondido entre las escobas,
al lado de una fuente.
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Ahora sé que tengo otro hotel con las puertas abiertas las veinticuatro horas
para cuando quiera volver por aquí a hacer el jabalí.
La puerta, que está cerrada para evitar el paso de ganado,
permite el paso de los visitantes.
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El interior tiene lo necesario para pasar una noche,
siempre que no necesitas muchas cosas para pasar la noche, claro.
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Llegando a la cresta de la sierra,
en el Collado de Torales enlazo con otras pistas más transitadas.
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También encuentro, una vez más,
la joya púrpura que corona esta cordillera,
el brezo.
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Al norte, las calizas grises de la montaña palentina.
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Al sur, se adivina ya la meseta castellana.
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En el camino, entre enormes robledales,
aparece de repente la primera majada de ganado,
esta vez sin refugio de pastores.
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Y por pistas enormes, largas y anchas como autopistas de montaña,
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llego a la ermita del Cristo del Amparo.
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En la cañada no podemos encontrar sino viejas de leyendas de pastorcillas y rebaños.
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Doy las gracias a los dioses que amparan a las pastorcillas
y a los moteros porque allí mismo encuentro la pista de un restaurante abierto.
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La alternativa al mesón eran unas sardinas de lata sin pan,
así que la decisión, a las tres de la tarde, fue muy fácil.
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No desdeñéis el sitio por su original aspecto. Se come muy bien.
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Fue Josafrik el que me habló hace unos años
de una larga pista que salía desde Guardo rumbo al sur.
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La recorrí con Arturo en otra primavera,
en la que sí nos comimos las sardinas.
Y aquí estoy otra vez en la ermita de San Roque.
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en la cañada real leonesa oriental.
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Esta autopista ganadera entre pinares y sembrados
parece que tiene una servidumbre de paso
entre Guardo y Villota del Páramo
que emplean agricultores, bañistas y viajeros.
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La Cañada está bien marcada como vía pecuaria
y es respetada por los agricultores.
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Al norte quedan, cada vez más lejanas, las montañas de Palencia.
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En los sembrados cercanos cantan de amores las codornices
que en Asturias llaman parpayuela
onomatopeya de su llamada al amor.
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Cerca de Villota del Páramo se me aparece,
en medio de la meseta castellana,
una laguna que ha sido utilizada desde antiguo como abrevadero
y todavía conserva algunos corrales para albergar el ganado.
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En Villota del Páramo decido truncar mi viaje hacia el sur.
Tengo que iniciar la vuelta.
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Atajo por carreteras secundarias
buscando al oeste nuevos ramales de las cañadas leonesas
que se dirijan hacia el norte.
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No voy mal encaminado
y en una sucesión de pistas sin dificultad
voy enlazando un pueblo tras otro
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hasta encontar a los verdaderos protagonistas de la jornada.
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Me llama la atención la vida del mastín,
enorme can, gandul y valiente
que pasa todo el tiempo sesteando al sol,
hasta que la llegada de los lobos
le obligue a hacerles frente.
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Voy hacia La Vecilla del Curueño por tramos rápidos de la llanura leonesa.
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Siempre tengo como compañera a mi derecha la cordillera.
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Pasado Gradefes mi brújula gira al norte.
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Me esperan unos 40 kilómetros de pistas desconocidas y solitarias
que quiero recorrer por primera vez.
Son las siete y media de la tarde,
hasta ahora todo ha marchado bien.
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Las pistas aptas para trail gordas no me han dado ningún problema
y eso ha aumentado mi confianza.
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La ruta que he trazado hace unos días sentado en un ordenador
discurre por pistas que culebrean entre los grandes bosques de pinares
que pueblan estas largas cresterías orientadas al norte
entre ríos que bajan hacia el Duero
desde lo más alto de la cordillera cantábrica.
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La experiencia lograda a base de numerosos errores
en el trazado de rutas con la ayuda de Google Earth
me ha enseñado a huir
de los cortafuegos que parecen pistas sin serlo,
y a evitar las caminos o senderos
con desniveles imposibles para mi Tiger.
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Espero no haberme equivocado esta vez,
porque estas no son pistas tradicionales
de servicio entre los pueblos.
Estas son pistas para el servicio del monte,
y aunque se observan marcas claras de paso de vehículos
por el estado del firme no parece que sean muy transitadas.
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Así que me puedo encontrar cualquier cosa,
como aquella vez que me aventuré por crestas parecidas con Arturo,
y que ahora he tratado de evitar.
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Gracias a su ímpetu y empuje pasamos entonces:
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Pero ahora voy solo. Y tengo que buscar el equilibrio….
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Dejo a mis espaldas el último pueblo
y por el GPS sé que desde aquí hasta La Vecilla quedan 36 km de pistas
por el alto de una sierra en la que no hay ningún pueblo ni aldea.
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Las roderas provocadas por el transporte de madera
y la ayuda de la lluvia del invierno pasado
podrían haber estropeado las pistas hasta hacerla intransitables para esta moto
tal como las encontré cuando recorrí estas sierras con Arturo.
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El GPS va restando lentamente,
uno a uno, los kilómetros hasta el final de la pista.
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Encontré tramos pedregosos, que no lograron echarme de la pista,
y arenales que no consiguieron hacerme dar la vuelta.
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Algunos desniveles me hicieron dudar
sobre la forma de encontrar el equilibrio.
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El paraje hizo que merecieran la pena todos los esfuerzos.
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Y aunque en muchos momentos eché de menos
la compañía de mis amigos
y una moto más pequeña,
poco a poco la pista se fue dulcificando.
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Hasta atisbar a mis pies el valle del Curueño
tist
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Abrazado por escobas recorrí los últimos kilómetros
hasta llegar a Otero del Curueño.
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Donde me bebí todo el agua que manaba de la fuente,
sediento como estaba de bregar por las cañadas.
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Fue muy fácil llegar a Asturias por el Porma,
alejados los cuervos y cornejas
que, a veces aparecen,
en los viajes solitarios buscando el equilibrio.
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