La venganza de Anacleto

 

La venganza de Anacleto

Precisamente hoy

que tengo que hacer un recado

de parte de Anacleto

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el día se levanta con mal tiempo.

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Para realizar el encargo que tengo encomendado

tengo que atravesar el Passo Stelvio

que está a 2.757 metros sobre el nivel del mar.

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Es el paso de montaña asfaltado

de mayor elevación de los Alpes orientales,

y el segundo más alto de los Alpes,

por detrás del Col de L´iseran de 2770 metros.

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Pero para llegar al Stelvio hay que pasar algunos puertos,

como el Passo di Tonale …

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O el Passo di Gavia, que a pesar de estar asfaltado,

es un destino obligado para los moteros amantes del trail.

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El Passo di Gavia está formado por una interminable sucesión de tornanti

en una carretera estrecha en la que en muchos tramos no caben dos coches

y que tan pronto discurre por un precipicio sin quitamiedos

como por túneles estrechos sin iluminar.

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Lo abordo con viento fuerte

y una lluvia intensa pero intermitente

que intensifica la sensación de ser un territorio abandonado y salvaje.

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-          Pero si lo de salvaje y brutal ya lo decías ayer para el Passo Pordoi.

-          Pues entonces lo de Paso di Gavia es “piu brutale”.

-          ¿Y qué dirás cuando llegues al Stelvio.?

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Ir hacia el Stelvio un día como hoy

debe ser como ir al cabo Norte

cualquier día del año.

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Después de haber recorrido medio mundo,

el mal tiempo y la niebla te pueden impedir ver nada en el Nordkapp.

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-          No me importa aunque no se vea nada.

-          ¿Y por qué irás?,  si no se ve nada.

-          ¡Iré para estar allí.!

-          ¡¡¡Pero si no se ve nada.!!!

-          ¡¡¡¡¡Me bastará con haber estado!!!!!

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-          Así que subiste el Stelvio con rayos, truenos, viento, niebla, nieve, …

-          Sí.

-          ¿Y viste algo?

-          No. ¡¡¡Pero estuve allí!!!

-          ¿Paraste?

-          No. Nunca me ha sentado bien estar calado hasta los huesos en medio de una tormenta.

-          Y cómo te atreviste a cruzarlo en esas condiciones.

-          Tras oir los truenos y sentir los relámpagos, pensé en darme la vuelta,

pero ví a un lugareño manipulando tranquilamente un pastor eléctrico bajo la tormenta.

Me dije que si tenía que caer un rayo, antes le caería a él que a mí.

-          ¿¿Y con eso fue suficiente??

-          No. Me crucé con dos moteros que bajaban cuando yo subía.

Pensé que si habían pasado ellos, podría pasar yo también.

-          ¿Nunca pensaste que quizás se hubieran dado la vuelta antes de llegar a la cima?

-          No. Eran moteros. ¡Tan bravos como los pastores del Stelvio.!

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Al resto de moteros del Stelvio los encontré parados en las cunetas

y resguardados en las tejabanas de las construcciones de la cumbre.

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Seguí adelante hacia el Passo di Ressia buscando los collados de menor altitud

para evitar el temporal de nieve que azotaba

por encima de los dos mil cuatrocientos metros.

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Desplazándome hacia el oeste

fui viendo en otros puertos

los efectos del temporal

con el que me habia cruzado por la mañana en el Stelvio.

Por lo que veo por aquí,

allí la cosa se debió poner aún peor. 

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Después de haber dado tantas vueltas

y haber sufrido en primera persona el cambio climático

no me olvido de que el mundo también gira sobre su eje

al ritmo que le marcan los poderosos.

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Por eso, entre pasar por Locarno, más al sur,

tan importante en el siglo XX en el periodo de entreguerras

o pasar por Davos, al norte,

me decidí a meterme en Suiza

para conocer ese centro de turismo exclusivo

en el que los mandamases de la tierra se reunen de vez en cuando,

entre otras cosas para planificar la futura guerra extraterrestre.

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Nunca olvidaré a Davos.


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Davos se relame en su riqueza.

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Es agosto, pero parece invierno.

El aire es frío y el sol ya no calienta.

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El silencio de la tarde del invierno

que se anuncia en Davos

me sobrecoge.

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Algo traman.

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Los días siguientes son luminosos y fríos.

Vuelve a ser domingo,

pero el obispo de Rodez está muy lejos

y el ambiente motero en los pasos es increible.

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Para mi retorno hacia oeste,

tengo muchas alternativas,

pero siento que estoy obligado a conocer

el paso de San Gotardo.

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Siempre disfruté de la …

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y no puedo olvidar al gran Vázquez

que con tres viñetas de Anacleto, agente secreto,

me desveló, cuando era niño,

el paganismo oculto dentro del catolicismo europeo.

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Menuda desfachatez.

Tenía que ir a ver a San Gotardo

y pedirle explicaciones en nombre de Anacleto.

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Buscando a San Gotardo, me encontré con un “comorr”.

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No ví a San Gotardo.

Yo creo que San Gotardo ya debe estar arrepentido

por lo que le hizo a Anacleto,

pero yo no se lo he perdonado

y le dediqué la foto más fea que pude.

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¡¡¡¡De nada!!!, Anacleto.

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Más tarde me dirijo al Nufenen pass 

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y Col de Gran San Bernardo después,

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en el que habitan de forma permanente,

monjes y perros.

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Allí ayudan desde antiguo,

a los que pasan por el puerto,

como en la Paris - Pekin de 1927

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Por aquí cuentan que Napoleón

cruzó por este paso con la Grand Armée

para sorprender a los austriacos desde el sur.

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El emperador de Francia mandó desmontar los cañones

para poder subirlos por piezas a lomos de bestias y de hombres

y prometió a los lugareños 1000 francos por cada cañón que pusieran en la cima.

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Los lugareños subieron los cañones, uno a uno,

y Napoleón, el emperador de Francia, nunca pagó la deuda contraída,

por la que han pleiteado los herederos hasta tiempos bien recientes.

¡¡Menudos son estos suizos con el tema del dinero.!!

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Pompidou, no hace tanto, les concedió una medalla conmemorativa de la gesta.

¡¡¡Menudos son estos franceses con el tema del dinero.!!!

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Para conmemorar “su gesta”

Napoleón se hizo pintar

por Jacques Louis David

cruzando el paso 

a lomos de un brioso corcel.

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Mas tarde me he enterado

que Napoleón cruzó el Paso San Bernardo

montado en un humilde burro,

tal como lo representó  Paul Delaroche.

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Es un  buen ejemplo de cómo los grandes engañan a los pequeños,

ya sea para subir cañones o impuestos,

bajar cañones, pensiones y salarios,

y hacer que un burro viejo

nos parezca un hermoso corcel blanco.

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En el Valle de Aosta, de nuevo en Italia,

veo por primera vez el Mont Blanc desde el mirador de Lord Byron,

que también parece que estuvo por aquí.

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A las seis de la tarde comienzo a subir el Petit San Bernardo.

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En la bajada, con gran desnivel

y un precipicio impresionante a mi derecha

disfruto volando con la caricia del sol de la tarde.

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No hay quitamiedos,

ni hay miedo.

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No sé cómo conduzco, si con el manillar o con el culo,

ni sé cómo saludo…

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¡¡Solo vuelo y … disfruto.!!!

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Me paro a dormir a los pies del Col d´ Iseran,

como siempre un poco tarde.

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Aquella noche soñé con Anacleto:

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Si tenía que ir en agosto

al punto 37 del desierto del Gobi …

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¿tendría él que atravesar un Stelvio nevado?

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