Arrieros del siglo XXI. Séptimo día

 

Arrieros del siglo XXI. Séptimo día

7ª Etapa: Quintana de la Serena

 Calera de León (Badajoz)

 Ciudad Rodrigo (Salamanca).

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Parece que, por fin, nos acercamos al final de la cañada.

Durante siete días hemos tenido un único afán:

recorrer kilómetros hacia el sur para acercarnos a nuestra meta.

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Hoy, tras siete días de continuado esfuerzo y mucha ilusión

parece que, por fin, tenemos la meta a nuestro alcance.

En la reunión del desayuno, calculamos que,

con un poco de suerte,

quizá antes de que acabe la mañana

lleguemos a los alrededores de Llerena.

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En esa comarca descansaban los ganados trashumantes que,

venidos del norte como nosotros,

terminaban su recorrido en la Baja Extremadura.

Así que nos echamos a la carretera con un poco más de ilusión,

sabiendo que el destino de nuestro viaje está muy cerca.

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Todos los caminos del mundo se cruzan en algún lugar,

y los viajeros, al ver este cartel,

comprenden lo fácil que sería no dar por finalizado el viaje

y continuar por otros caminos hasta el siguiente cruce,

y tomar otro camino

y luego otro,

y otro,

como si el viaje,

como si la vida,

no fuera a acabarse nunca.

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En este viaje, el sol ha sido un compañero inseparable,

y hoy, desde muy temprano,

nos caldea el aire fresco de la mañana,

y nos anuncia, templando la primavera,

los próximos calores del verano.

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El infatigable lucir del sol en esos cielos claros y despejados,

eternamente azules de la meseta,

nos ha acompañado durante todos los días del viaje

y nos ha regalado horizontes infinitos, optimismo y comodidad.

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Ha alejado el barro y la lluvia,

y a cambio nos ha brindado

infinitos caminos polvorientos.

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Pero, al poco de comenzar nuestro diario caminar,

bajo esos cielos azules,

nos encontramos con viejos recuerdos que nos indican

que por aquí se cernieron en el pasado oscuros nubarrones.

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Estas sierras, que ahora recorremos en paz,

fueron testigos de una gran tormenta

que descargó, no hace tantos años, terribles rayos y truenos

que segaron la vida de numerosos hombres:

la Guerra Civil.

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En Campillo de Serena,

un viejo cementerio italiano

nos recuerda los sucesos terribles que acontecieron en esta tierra.

En este extraño camposanto

estuvieron enterrados siete españoles y veintidós legionarios italianos,

caídos en los combates de la sierra de los Argallanes.

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Nos asomamos a la portilla y vemos que,

desde que se llevaron todos los restos al Valle de los Caídos,

aquí solo quedan nichos vacíos,

un túmulo levantado con los cascotes de las tumbas abandonadas,

y dos enormes eucaliptos,

que permanecen vigilantes.

Un viejo jornalero, jubilado hace ya unos cuantos años,

al ver nuestra curiosidad,

se acercó a nosotros

y nos narró unos terribles sucesos

que avergüenzan la memoria de los vivos…

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“Cerca de aquí, sobre unas alturas cercanas al pueblo,

se situó una  posición defensiva del ejército republicano.

Cuando las tropas de la vanguardia franquista

tomaron contacto con el enemigo,

sus mandos ordenaron atacar,

para lo que se ofrecieron voluntarios

los soldados de las brigadas italianas que los acompañaban.

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Los republicanos repelieron el ataque

y los italianos que sobrevivieron

quedaron bloqueados en tierra de nadie

sin poder avanzar ni retroceder.

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Al anochecer, el mando nacional,

pensando que los italianos habían sido eliminados,

decidió expulsar de la cima a los republicanos organizando “una encamisá”.

Un comando de legionarios recibió órdenes de dar un golpe de mano:

debían subir a la loma a pecho descubierto, sin camisa,

y eliminar a los republicanos en silencio,

pasándolos a cuchillo, para no alertar a las columnas republicanas

que se acercaban para reforzar la posición.

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En medio de la noche oscura, los legionarios

que habían recibido la orden de

“liquidar en silencio a todo el que tuviera camisa”

se arrastraron hacia la cima.

En el camino se encontraron a los camisas negras italianos y … “

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El relato del viejo nos encoge el alma a los viajeros.

Malditas las guerras pienso.

No solo se necesita valor

para afrontar los terribles padecimientos de un frente de batalla,

sino que también hace falta suerte.

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Aunque los recuerdos de estos terribles sucesos

reviven viejas heridas

aún no cerradas del todo en estos pueblos,

el viejo jornalero nos cuenta que quizá sería mejor olvidar…

y arrasar el cementerio de los italianos para convertirlo en un tálamo gigante,

poniendo una gasolinera y buenos bares de carretera,

para que “vinieran putas, y de las buenas”.

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Pienso que fue una perra muerte la de los anónimos soldados

que vinieron a matar y a morir en estas tierras

y también creo que sería una mala solución la de olvidarlos

poniendo por medio la perra vida de las mujeres de vida dura.

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Nos vamos de allí dejando al viejo con sus tribulaciones y recuerdos

y procuramos simplemente…

olvidar.

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El sol en lo alto y los cielos despejados,

ajenos a los dramas humanos,

nos ayudan a despejar la mente

mientras rodamos por estas silenciosas sierras.

Cuando afrontamos las primeras pistas,

Fraile nos confiesa que tiene dificultades para continuar.

Los calambres en los brazos,

que ha venido sintiendo desde los primeros días,

se han agravado

y no le permiten sujetar el manillar

con la suficiente fuerza para conducir

por estas pistas polvorientas y pedregosas.

Decide continuar por carretera hasta Llerena

donde nos esperará

y, tras separarnos,

Xosenel, Fran y yo abordamos el último tramo de cañada.

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En Llerena, Fraile tendrá tiempo para hacer turismo,

visitar monumentos, leer el periódico, esperarnos,

o descansar,  como otros hicieron antes que él…

Pero la cañada real leonesa oriental nos iba a dejar marchar

sin plantearnos los últimos desafíos.

En los últimos tramos,

entre alambradas y vallados que guardaban sembrados de cereal en flor,

la cañada se ha convertido, a fuer de estar abandonada,

en una selva impenetrable de jaras, escobas y viejas encinas.

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Solo los jabalíes reinan en esta maraña de vegetación mediterránea

en la que no hay camino,

no hay sendero, …

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Tercos como mulas de carga,

y a estas alturas también avezados arrieros,

azuzamos nuestras monturas

y hozamos sin descanso

como si fuéramos jabalíes

forzando un paso por el trazado original de la cañada.

Bajo las altas hierbas se esconden piedras

y viejos tocones retorcidos

que golpean las protecciones de nuestras motos.

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Los arbustos secos se enredan en nuestras piernas,

tiran de nuestros brazos,

y abrazan nuestro cuello,

haciendo manar pequeños hilillos de sangre

de la piel que queda al descubierto.

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El día pasa.

En medio del calor sofocante del mediodía,

nos damos cuenta que nuestro avance

no se cuenta por kilómetros,

sino por pequeñas victorias

ante los cortos trechos de la vegetación selvática que nos corta el paso.

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En el fragor del esfuerzo

descubrimos que la rueda trasera de Xosenel está sin aire.

Paramos los motores y el silencio se adueña de nuevo de estos parajes solitarios.

Observamos el neumático y…

comprobamos que una astilla reseca y dura

ha penetrado limpiamente la cubierta.

¿Quién dijo que la madera no podía atravesar la goma de un neumático?

Parece que hoy tenemos un mal día.

Hemos sufrido un pinchazo en la rueda trasera,

la que más trabajo cuesta arreglar,

estamos cansados de bregar contra la maleza por un camino intransitable

y el bochorno del mediodía nos aplana.

No nos queda más remedio que reparar el pinchazo con el mejor humor posible.

 Pero nuestras desventuras no han terminado.

En el trastear de las reparaciones

descubrimos nuevas averías.

El millar de piedras que, a lo largo de la cañada,

han golpeado inclementes,

el soporte de la pata de cabra de la X-Country,

han acabado por romper el bloque motor .

Afortunadamente, de nuevo las habilidades de Xosenel resueven el problema,

con ayuda de las milagrosas bridas y de la suerte,

ya que, a pesar de la rotura, no se observan pérdidas de aceite.

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Hemos resuelto el pinchazo y amarrado la pata de cabra,

pero…

¿dónde estamos?

¿cuánto faltará para llegar a un camino digno de ese nombre?

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Ese tramo de impenetrable selva,

en el que avanzar cada metro nos ha exigido un esfuerzo agotador

nos ha dejado mentalmente exhaustos.

Consultamos los mapas y observamos que si seguimos al sur,

más tarde o más temprano,

nos cruzaremos con un camino bien marcado,

“el camino del soldado”

que desemboca en una carretera …

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Tras varias idas y venidas por senderos cerrados

o que van a morir a los sembrados de cereal entre viejas dehesas,

al fin nos topamos con lo que parece ser

“el camino del soldado”.

Un camino que, a través de extensos latifundios,

entre humildes casas de

jornaleros y guardeses,

nos conduce a la carretera de Llerena.

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Cuando reparo en su nombre “camino del soldado”,

no puedo evitar acordarme que este sendero

que para nosotros solo representa el final de nuestras fatigas por la cañada,

para otros quizá fue el último camino recorrido,

en el que soñaron sus postreras ilusiones.

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En Llerena, tras el encuentro con Fraile, reponemos fuerzas:

El recorrido de más de mil kilómetros

por la Cañada oriental leonesa,

“nuestra cañada”,

se ha terminado.

En la plaza de Llerena,

alrededor de unas raciones de viandas de la tierra,

planeamos nuestra vuelta.

Quedamos con JLA Y Euge en que nos veremos en Ciudad Rodrigo.

Ellos saldrán esa misma tarde de Asturias

para volver con nosotros hasta Asturias.

Pasamos por Calera de León, paramos y  hacemos unas fotos.

Echamos una mirada al mapa para establecer “el camino más corto”,

la opción más rápida para llegar a Ciudad Rodrigo.

Pero no encontramos una ruta perfecta que nos agrade a todos.

No logramos ponernos de acuerdo

sobre cuál es el camino más adecuado para llegar a Ciudad Rodrigo.

Tiramos hacia Zafra por una carretera

que tiene un estrecho trazado zigzagueante entre dehesas verdes.

Tomamos algún tramo de autopista.

De camino, anochece a orillas de un embalse…

Y cuando la noche se nos echa encima

y ya tenemos prisa por llegar,

la moto de Xosenel se para.

La cadena de la transmisión de la DR se ha roto.

Y con la inercia del giro se ha trabado con el piñón de ataque.

Xosenel, que no tiembla ante nada,

repara la avería a la luz de la luna.

Bien entrada la noche nos dirigimos hacia Ciudad Rodrigo,

atravesando algunas sierras,

que con la altitud y las boscosas umbrías nos dejan ateridos de frío.

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JLA y Euge, que llevan toda la tarde esperando,

nos han reservado un hotel en pleno centro antiguo

y han logrado mantener abierto para nosotros

el único restaurante dispuesto a darnos de cenar

a la una y media de la mañana.

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Chapó por ellos y por las hermanas que lo regentan.

Seis sopas castellanas y seis paletillas

nos consolaron del frío y de la larga ruta de hoy.

El viaje por la cañada se ha terminado,

los italianos descansan en paz

y un punto de tristeza nos acompaña

cuando nos dirigimos a nuestras habitaciones.

Pero Fraile, tumbado en la cama, no tiene sueño.

A las tantas de la mañana quiere ver la tele,

echa de menos el mundanal ruido de la civilización audiovisual.

- ¡Fraile, o apagas la tele o hago una encamisá!

Fraile, al que impresioné muy poco,

dejó que el último pito de ese día se consumiera,

dando las últimas caladas.

Después, apagó el televisor.

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Me duermo sin dejar de pensar en aquellos italianos

que hace setenta años

recorrieron los mismos caminos que nosotros hemos recorrido hoy.

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La mañana siguiente descubrí

que si el destino hubiera estado escrito,

en el nuestro, muy distinto al suyo,

se habría podido leer que, tras esa noche,

tendríamos un nuevo amanecer.

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Puede que a ninguno le faltara valor,

pero nosotros, además,

tuvimos suerte.

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Si tienes el suficiente valor,

continúa leyendo cómo terminaron el viaje estos aventureros …

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Cañada Leonesa Oriental. Último día.