Arrieros del siglo XXI. Sexto día

 

Arrieros del siglo XXI. Sexto día

6ª Etapa: Logrosán - Quintana de la Serena (Badajoz)

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Hoy sexto día de ruta por la cañada,

comprendemos que las previsiones que hicimos en Oviedo,

con los mapas encima de la mesa, estaban erradas.

Llevamos algunos días de retraso sobre lo previsto  y,

aunque todavía nos quedan tres días de vacaciones,

aún no hemos llegado al final de la cañada.

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Además, sentimos la fatiga física y psíquica de seis días de viaje.

El avance durante casi una semana por todo tipo de terreno

está pasando factura a nuestros doloridos cuerpos:

tendinitis,

dolores musculares,

tortícolis,

agujetas,

y lo que es peor,

está disminuyendo la moral y el ímpetu necesario

para abordar las imprevisibles dificultades que cada día se nos presentan.

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En Logrosán, alrededor de un desayuno de huevos y patatas fritas,

cuando ya pensamos que el final de la cañada está al alcance de la mano,

ponemos de manifiesto abiertamente todas las dificultades y retrasos que hemos sufrido

y aparecen las discrepancias sobre qué hacer al acabar la ruta.

Es la crisis de los huevos fritos.

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Los rodeos que hemos tenido que dar para evitar vallados y cercas cerradas,

los pinchazos y las averías,

y el ritmo pausado que necesariamente impone la circulación en grupo,

nos han retrasado.

Pero concluimos que no merece la pena plantearse qué hacer al final de la cañada,

cómo y cuándo volveremos a nuestras casas,

cuando todavía no vislumbramos el día de llegada a nuestro destino.

Así que, seguimos adelante amigos, cabalgando por esos campos de dios,

¡¡¡Avancemos en pos de nuestro destino!!!,

¡¡¡ hagamos rugir nuestros motores!!!

y veamos qué nos depara la diosa fortuna,

porque hasta el día de hoy, todo marcha bien.

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Somos felices,

estamos sanos y contentos

y todos podemos continuar adelante a pesar de la fatiga.

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Nuestras monturas están respondiendo a la perfección

y estos huevos fritos,

que han reconfortado nuestros maltrechos cuerpos,

nos han hecho recuperar la moral perdida.

Así que seguimos adelante como el héroe Ulises.

Itaca nos espera más allá del horizonte.

Parece que los dioses hubieran iluminado a nuestros gobernantes

para que nos señalen la cañada.

Gracias a sus carteles

y a las indicaciones que envían los dioses desde al azul del cielo

a nuestra particular rosa de los vientos, el GPS,

que Xosenel se encarga de interpretar, podemos seguir el camino.

Estas rutas, que fueron más que pistas no hace muchos años,

ahora solo son los caminos del silencio y del recuerdo.

Unas columnas situadas al lado del camino,

más propias de un templo que de este descampado,

nos llaman la atención.

¿Quién las habrá erigido y por qué?

¿Qué antiguos héroes, antepasados de estos intrépidos aventureros,

habrán hollado estas tierras en el pasado?

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¿Querrán servir de advertencia para el caminante

que pasea por estos solitarios lugares?

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Una inscripción latina, situada junto a la vía, nos hace detenernos.

¡Siste viator heroem calcas!

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¿Qué oculto mensaje esconden estos viejos caminos?

¿Acaso nuestros ancestros no se conforman con indicarnos la ruta

y quieren desvelarnos algún antiguo secreto?

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En las afueras de la antigua Roma,

en el “arcén” de la vía Apia se alineaban las tumbas de los patricios,

que aún hoy se conservan.

Para rendirles homenaje y que los caminantes se apiadaran de ellos

o  simplemente para evitar que los caminantes pisaran las tumbas

se ponían estas inscripciones:

¡Detente, caminante. Pisas a un héroe!

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Dicha costumbre se extendió por todo el Imperio

y se mantuvo en la época cristiana y medieval.

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Mas tarde, las tumbas se sustituyeron por altarcillos y hornacinas

que albergaban a los lares viales

o cualquiera de los santos del panteón cristiano.

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En ellas, desde muy antiguo, los caminantes se detienen

para elevar sus preces a los dioses y asegurarse su protección.

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Nosotros también nos detenemos, dos mil años después,

e imaginamos que,

usando ancestrales costumbres,

libamos un poco de vino,

elevamos las copas al cielo

para que los dioses perciban su aroma y envidien a los mortales,

y en silencio, arrojamos un poco de vino al suelo en honor de los héroes,

regando la fértil tierra.

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¡Carpe diem!

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Pero a pesar de la protección de los lares viales,

dioses protectores de caminos y encrucijadas,

nos encontramos de nuevo con el laberinto de mallazos

y cercados que nos impide el paso.

Estos cerramientos que interrumpen el libre trazado de la cañada

se han convertido en la mayor de nuestras dificultades.

El polvo de los caminos,

las continuas idas y venidas, a veces a pie, buscando una salida,

nos hacen desesperarnos.

Es imposible hacer cálculos sobre la hora de llegada

a cualquier punto de nuestra ruta.

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¿Acaso los antiguos caminantes

supieron cuándo llegarían a su destino?.

¿O desconocían como todos los caminantes,

antes y después de Odiseo,

cuando finalizarían sus tribulaciones?

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Una vez más comprobamos que no son las veleidades de los dioses

las que alejan nuestro destino,

sino los deseos de los mortales,

las que nos impiden recorrer estos caminos infinitos

en los que cualquier sueño es posible.

Pero…

¿Acaso nos guían antiguos y desconocidos dioses ?

Era costumbre de los antiguos griegos

situar postes en las encrucijadas de los caminos

con máscaras de la diosa  Hécate,

diosa de las tierras salvajes y las zonas inexploradas,

mirando en diferentes direcciones.

Con la llegada del cristianismo, en el siglo VII,

San Eligio recordaba a los recién convertidos que…

«ningún cristiano debería prestar o guardar devoción alguna

a los dioses de los trivios, donde tres caminos se cruzan,

a los fanos, o las rocas, o fuentes o arboledas o esquinas»,

evitando así actuar como solían hacerlo los druidas.

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Nosotros no nos detendremos en esa encrucijada

para no parecer druidas

y enfadar a San Eligio.

Desconfiamos de los consejos de San Eligio,

que no quiso parecer druida,

pero con esta curiosa representación,

acabó convertido por sus fieles flamencos

en un burgués pesador de oro.

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Nos detenemos en otra frontera,

la que da paso a los territorios olvidados del río Guadalefra.

Este valle, alejado de cualquier lugar, es imponente por su soledad majestuosa.

Aunque en las laderas cercanas,

en las que asoman como agujas

los estratos verticales de viejas pizarras,

hay algún sembrado,

no hay sombra de caminos transitables a la vista.

No se ve ni una casa, ni un tendido.

Aquí se han acabado los caminos.

Hemos de seguir, mientras se pueda,

el sendero que transita la vereda del río,

sembrada de cardos, retamas, juncos, adelfas

y otras plantas típicas del paisaje de La Serena.

A nuestro paso se levantan centenares de ánades y cigüeñas,

y algunas parejas de perdices que se han acercado a beber.

El sol está en lo alto y el calor es sofocante.

En un mar de altas hierbas seguimos la huella del que nos precede

por los últimos rastros de sendero.

Casi no distinguimos el suelo que pisamos.

El paisaje, subido de tonos amarillos,

es áspero y a la vez sublime.

No hay árboles, no hay arbustos, no hay sombra.

Cansados y sedientos, al paso que llevaría el ganado trashumante,

seguimos adelante.

Cuando pienso que llevamos un buen rato en un valle ignoto,

alejado de cualquier lugar habitado,

por el que puede que desde hace años no haya transitado alma alguna,

se me ocurre pensar que este río quizá pudiera ser un río del olvido.

Uno de esos ríos que nadie se atrevía a cruzar,

so pena de perder todos sus recuerdos.

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Las aguas del río se interponen en nuestro camino en varias ocasiones

y los viajeros no tienen más remedio que afrontar sus desventuras

tal como se las presenta el destino.

¿Acaso tendremos que sumergirnos en las aguas del río para vadearlo?

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Xosenel, que es nuestro guía y nuestro capitán,

aleja todos nuestros miedos.

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Como Décimo Junio Bruto,

el centurión romano que atravesó otro río del olvido,

el Limia, en Galicia,

Xosenel vadeó el río, por profundo que fuese,

cada vez que la ruta se hizo intransitable.

Y, desde la otra orilla,

como hacía Décimo Junio Bruto,

nos llamó a todos por nuestro nombre

para que comprobáramos que todo lo recordaba

y que podíamos pasar.

Solo cuando cada uno de los legionarios oyó su nombre,

se atrevieron a cruzar el río.

Aunque en honor a la verdad

hay que decir que no vadeamos el río del olvido,

sino varios arroyos.

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Y que solo Xosenel vadeó el que debía ser el verdadero río del olvido,

ya que, en ese, a los legionarios se les olvidó seguir a su centurión,

que pasó en solitario a la otra orilla,

y, a pesar de que los nombró sin equivocarse ni una vez,

los tuvo que esperar en Acedera,

mientras sus cobardes legionarios buscaban un puente para no mojarse los pies.

¡Gloria, honor y fama a los valientes!

¡Siste viator heroem calcas!

Solo así, tras pasar o sortear ríos,

recorrer caminos intransitados

y  veredas desiertas pudimos llegar a Castuera.

En Castuera, los dioses de la mecánica nos brindaron sus favores,

Y en Quintana de la Serena nos rendimos en brazos de Morfeo.

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Carpe diem…

Celebra los días tal como vienen…

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Cañada Leonesa Oriental. Septimo día